Leer Ramales Olvidados es adentrarse por los durmientes hacia el interior de un mundo distópico e imaginario, al interior de uno mismo. Es desandar el camino a la infancia, hacia lo que olvidamos, lo que intentamos ocultar en un cambio de vía pero renace. "Temo que si los trenes comienzan a fallar, el mundo a mi alrededor se desvanezca en la bruma", piensa el niño de uno de los cuentos.
Los personajes están subidos a los techos de las estaciones (en un ataque de modernidad junto a paneles solares), vagabundean por vías muertas, esperan la salida de ferrocarriles detenidos en su terminal; son parias que están buscando su destino, atajos, y encuentran las mismas vías férreas o un pasaje de ida sin saber bien hacia dónde. Incluso un personaje que debe transportarse en automóvil y ómnibus lamenta no haber elegido el tren, más económico y rápido.
Las historias pueden leerse por separado y algo las conecta: están ahí la vieja estación de Trénomo, los "chanchos" intransigentes de la Antigua Administración, está Juncal que parece ser siempre la anteúltima parada, los inmensos desiertos y sus interminables trenes de carga; los overoles azules del personal de mantenimiento de la Secretaría de Transporte.
Cuentos como El último Tren o tal vez Los inconvenientes de pretender... o quizás Navegando las cuerdas del acordeón pueden ser los ramales olvidados por antonomasia. El imaginario del libro se juega en cada uno de ellos con las vías férreas como el hilo conductor, como línea conceptual.
Un humor ácido, el encuentro con un futuro burocrático, fantasmal, y algunas escenas con reminiscencia a letras de tango o guiños literarios del siglo XIX, son situaciones familiares para quien esté acostumbrado a la prosa del amigo J. (de José A. García) en su blog Proyecto Azúcar.
Pueden obtener el libro o bien pueden seguirlo. No pueden pasar de largo sin subirse a este tren.
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